Sábado en la iglesia [libre]

Era sábado, y como de costumbre, debía acompañar a mi madre y hermano a la iglesia. La verdad es que no era ni había sido nunca muy cristiana, pero el echo de poder ir allí y cantar era suficiente.
Entramos en la iglesia, la cual estaba bastante llena. Mi madre se sentó en uno de los bancos traseros. Eramos nuevos en el pueblo, y no queríamos hacernos notar. Mi madre se sentó junto a mi hermano, y yo al lado del pasillo.
Con tanta gente en el interior cuchicheando y mirandonos de un modo extraño, empecé a ponerme nerviosa y a entrarme calor. Una ligera sensación de mareo me inundó y decidí salir afuera a tomar el aire.
Me levanté, y justo cuando me disponía a salir, la manga de la chaqueta de un chico se enganchó con uno de los botones de mi vestido de seda. Lo desenganché, tan rápido como pude, esperando que no hubiese causado desperfectos en mi vestido favorito.
El chico se disculpó, y le acepté la disculpa sin siquiera mirarle antes. Estaba tan aturdida que necesitaba salir de allí en cuanto antes.
Entonces levanté la mirada, y mis mejillas se sonrojaron al instante. Era un chico, más o menos de mi edad, el Cual creía haber visto en los pasillos del instituto, es más, creía haberle visto en mi audición para VA. Lo único que se me ocurrió hacer, fue sonreir como una tonta.

Le miré de nuevo, totalmente sorprendida. Siempre había escuchado los típicos mitos sobre los americanos rudos y mal educados, pero sin duda aquel chico era la excepción que confirmaba la regla.
-Oh, no se pgreocupe- Dije sonrojándome al no poder ocultar mi acento francés- Solo quería ir a tomag un poco el aige. Todas las migadas de la gente me están incomodando un poco...-Le miré de nuevo, con las mejillas encendidas y una dulce sonrisa- Ha sido mi culpa también... iba despistada.
Junté las manos sobre mi falda, alisándome bien el vestido y recomponiéndome un poco.
Aquella era una de esas humillantes situaciones en las que nadie quería estar.
-De todas manegas es un placeg conocegle. Mi nombgre es Sophie.- Dije tendiendole una mano.

Me alegré, de una forma inexplicable, cuando le oí hablar francés.- Oh! Allors vous parlez français?- Dije con una gran sonrisa y los ojos iluminados. Los recuerdos, se arremolinaban en mi mente, uno tras de otro, clavando más y más aquella espinita de melancolía en mi corazón. Cuánto echaba de menos París, sus calles, su gente, el olor de croissant recién echo.
-C'est vreiment un plaisir- Dije tomando su mano. Él, por su parte, como chico educado hizo una reverencia. Haciendo que me cayese aún mejor. Siempre me habían encantado los buenos modales, y al decir verdad, en la sociedad de hoy era muy difícil encontrarlos.
La verdad era que estaba encantada de que hubiesemos topado, a pesar de haberlo echo de la forma menos adecuada, aquel sabado de aburrimiento se había convertido en un instante en un sabado excitante. Tenía ganas de saber de él, todo cuanto me fuera posible.

La pregunta estrella, aquella que todo el mundo se preguntaba. Pero al menos aquel chico la había sabido formular con cierta gracia y educación.
-Llevo aquí apenas unos días- Dije encogiéndome de hombros, la verdad es que la gente era mucho más amable de lo que nunca hubiese pensado, pero aún así, me sentía fuera de lugar, aquella no era mi casa.
Después de contestar a sus preguntas, la miré y sonreí. No, la verdad era que al menos el accidente había servido para conocernos. Pues realmente me venia bien conocer a gente nueva, que me ayudase a adaptarme al lugar.
No era nada fácil volver a empezar de nuevo, pues yo no tenia la soltura de un niño de res años para hacer nuevas amistades, y además todo el mundo tenía ya sus círculos, y yo debía ser lo suficientemente valiente como para penetrar en ellos y hacerme un lugar. Sin duda, una tarea nada fácil.
-y tú que? Debo suponeg que llevas aquí más que yo...- Dije con media sonrisa, intentando ser simpática y agradable.